El 28 de abril de 2025 será una fecha que muchos recordaremos con cierta incomodidad. No por una efeméride nacional ni por una cita electoral, sino por el apagón eléctrico que ha afectado a buena parte del país y que nos ha dejado —literalmente— a oscuras. Sin luz, internet, sin móviles, sin televisión… Y de pronto, un silencio digital que nos ha recordado algo muy básico: cuando todo falla, la comunicación es lo que puede mantenernos unidos, informados y, sobre todo, tranquilos.
Los apagones eléctricos no son solo una cuestión técnica, son una prueba de estrés para el conjunto de la sociedad. En un mundo hiperconectado, que depende de enchufes, datos y notificaciones constantes, la pérdida de conexión puede generar ansiedad, desinformación e incluso pánico. ¿Qué está pasando? ¿Es algo local? ¿Cuánto va a durar? ¿Es seguro salir? ¿A quién escuchamos?
Ayer, muchas personas descubrieron de golpe que no estaban preparadas para gestionar la incertidumbre sin sus dispositivos habituales. Y lo más llamativo fue comprobar cómo algunos medios de comunicación tradicionales —en especial, la radio— volvieron a ocupar un papel central. Porque cuando se cae la red móvil y no hay Wi-Fi, la radio sigue sonando. Y su voz, constante y familiar, se convierte en un auténtico salvavidas informativo.
La radio: ese viejo amigo que nunca falla
Mientras las aplicaciones se congelaban y los mensajes de WhatsApp no salían, las ondas de radio seguían emitiendo. No es casualidad que la radio forme parte de muchos planes de emergencia internacionales: no depende de la red eléctrica convencional (con tener pilas, basta) y puede cubrir amplias zonas geográficas sin necesidad de infraestructura local. Ayer lo vimos: miles de personas recurrieron a sus viejos transistores o se metieron en el coche para saber qué estaba pasando.
En tiempos de crisis, la radio no solo informa: también acompaña. Su tono cercano, su inmediatez y su capacidad para transmitir calma la convierten en un pilar esencial.
Transparencia y calma para afrontar momentos críticos
Pero no basta con tener un canal abierto. Lo que decimos —y cómo lo decimos— importa, y mucho. La transparencia comunicativa durante una crisis no es solo deseable, es necesaria. Ayer se echó en falta, por momentos, una voz oficial clara, coordinada y accesible que explicara la situación. Los silencios prolongados o los mensajes ambiguos solo alimentan la confusión.
La ciudadanía necesita información veraz, rápida y sencilla. Aunque no tengamos las respuestas, aunque no se sepa aún cuánto va a durar la situación… Lo importante es generar confianza. Y eso solo se consigue si las instituciones, los medios y las empresas adoptan una postura proactiva, empática y —sobre todo— coherente.
El kit de supervivencia… y de comunicación
Hace un par de semanas, la Unión Europea publicó una guía de preparación ante eventuales emergencias que algunos medios titularon como “el kit de supervivencia europeo”. En ella se recomendaba, entre otras cosas, tener agua embotellada, comida no perecedera, una linterna, una radio de baterías y un cargador solar. Elementos sencillos, pero que muchos no tenemos a mano.
Curiosamente, casi todos esos objetos están pensados para mantener la comunicación (o la posibilidad de acceder a ella): saber qué pasa, contactar con seres queridos, recibir instrucciones, ver la luz en el sentido más amplio de la palabra. Porque en una emergencia sobrevivir no es solo una cuestión física: también lo es emocional. Sentirse acompañado, informado y parte de una comunidad puede marcar la diferencia.
Quizá haya que añadir al kit algo más intangible, pero igual de vital: un plan de comunicación claro. A nivel institucional, empresarial o incluso personal. ¿Qué canales usaremos, si se cae la red? ¿Quién informará de qué, y cómo? ¿Cómo evitamos los bulos? Estas preguntas no pueden improvisarse cuando la crisis ya ha comenzado.
Lo que nos enseñó el apagón
El apagón ha durado poco más de 9 horas, pero ha sido suficiente para dejarnos varias lecciones. Una de ellas, probablemente la más importante, es que no basta con tener medios tecnológicos: necesitamos también una cultura de la comunicación de emergencia. Recuperar lo esencial, confiar en medios fiables, valorar la transparencia y estar preparados para lo inesperado.
En comunicación, como en la vida, no podemos evitar todas las crisis. Pero sí podemos elegir cómo las afrentamos. Y ayer, una vez más, quedó claro que cuando todo se apaga, la comunicación —bien hecha— puede ser la mejor luz.